¿Qué es lo que no deseo? pensar en lo que no quiero. Por eso -y porque sí- hago inventario de lo que tengo, de mis pertenencias materiales y mis patrimonios intangibles, descubriendo pistas sobre aquello que me falta.
Estas son, anárquicamente ordenadas (extravagante paradoja), algunas de mis posesiones:
- Dos pies izquierdos.
- Una Moleskine que no me sirve: sigo olvidando casi todo lo importante.
- Una casa, o más bien un pisito, a medias con un señor gris de gafas que se dice director de banca.
- Mala leche y buena miga.
- Incontables juegos de llaves, lentes, carteras, relojes y deseos, extraviados en algún rincón de algún recóndito lugar de este mundo.
- Un potus –Scindapsus aureus le gusta apodarse con aire arrogante- empecinado en no morirse como el resto de plantas que han pasado por mi vida (todas se fueron desnudando poquito a poco hasta decir adiós).
- Un auto, altruista y generoso, que hace lo posible por evitar que la crisis agobie a los propietarios del taller (dos visitas en una semana… creo que está enamorado).
- Muchos libros comprados, regalados, heredados y alguno robado.
- Los padres que uno desea.
- Un trabajo esquizofrénico, a veces necio, a veces lúcido, casi siempre desquiciante.
- Su compañía. Y la tuya.
- Una salud de hierro que no apreciaré hasta el día en que me rehuya.
- Un pasado, del que no me arrepiento.
- Un futuro, que no me inquieta.
- Un presente, aunque no me convenza.
Con este equipaje y algún otro bulto, me alcanza para avanzar. O al menos, para no regresar.